En el dulce reposo de la tarde
cuando al ponerse el sol en occidente
su luz dorada, de la vida fuente,
como una hoguera en los espacios arde,
o de la noche en el silencio umbrà­o
cuando la luna con fulgor de plata
alumbra a trechos el sonante rà­o
y en sus là­mpidas ondas se retrata,
entre las sombras de la vida hay horas
en que la realidad que nos circuye
a detener el à­mpetu no alcanza
de nuestra alma que a lo lejos huye
y a la regià³n de lo ideal se lanza...

Y entonces cuando pienso en tus amores
nuestras dos vidas deslizarse veo
no cual la realidad que aja sus flores
sino cual la ilusià³n de tu deseo.
No por las conveniencias separados,
soà±ando tຠconmigo, yo en tus sueà±os,
sino juntos los dos en los collados
de la Arcadia risueà±os;
asidos por las manos a lo lejos
buscando el fin de la campià±a amena
a los pà¡lidos rayos de la luna.
O del ardiente sol a los reflejos,
dejando transcurrir una por una
las no contadas horas venturosas
que no mancha la sombra de una pena
libando amor... y deshojando rosas...
Del verdor y del musgo en lo sombrà­o
ocultos en lo ignoto del boscaje
radiante aàºn de gotas de rocà­o
de virgen fuerza y de vigor salvaje;
sentados a la orilla del torrente
tຠescuchando los ecos del follaje
yo acariciando -trémula la mano-
tus rizos al caer sobre tu frente...

Otras veces trayendo a la memoria
los fantasmas de un tiempo ya pasado
junto con ellos cual sencilla historia
los ideales de tu amor soà±ado.
Y es entonces un gà³tico castillo
de altivas torres de musgosas piedras
en cuyo muro gris crecen las hiedras
teatro de nuestro amor santificado.

Y en reducida y perfumada estancia
cuyos tapices abrillanta y dora
el fuego de la antigua chimenea,
juntos los dos oà­mos a distancia
diciéndonos protestas de ternura
la voz del agua que al perderse llora
y el viento que en los à¡rboles cimbrea
entre el silencio de la noche oscura.

O en frà¡gil barca en plà¡cida maà±ana
de lago azul flotando en los cristales
con la mirada errantes contemplamos
el cielo, la ribera, los juncales,
y las nieblas que inciertas, vaporosas,
van a perderse en la regià³n lejana
como se pierda la esperanza humana
o el postrimer aroma de las rosas.

Mas cuando el alma en sus ensueà±os flota,
la realidad asoma de improviso
no mà¡s resuena la encantada nota...
Brotan espinas do la rosa brota,
y en crà¼el se torna el paraà­so.

Vuelvo a mirar... y pienso que nacimos
para vivir por siempre separados,
que no es una la senda que seguimos
y que la lumbre que cercana vimos
fue visià³n de tu amor y tus cuidados.

Y al comparar la realidad penosa
con los paisajes de ideal que miro
en el fondo del alma lastimosa
para tu dulce amor -nià±a piadosa
para tu dulce amor surge un suspiro.