Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la nià±a de Guatemala,
la que se murià³ de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmà­n; la enterramos
en una caja de seda;

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvià³, volvià³ casado;
ella se murià³ de amor.

Iban cargà¡ndola en andas
obispos y embajadores;
detrà¡s iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores;

Ella, por volverlo a ver,
salià³ a verlo al mirador;
él volvià³ con su mujer,
ella se murià³ de amor.

Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente -¡la frente
que mà¡s he amado en mi vida!

Se entrà³ de tarde en el rà­o,
la sacà³ muerta el doctor;
dicen que murià³ de frà­o,
yo sé que murià³ de amor.

Allà­, en la bà³veda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamà³ el enterrador;
nunca mà¡s he vuelto a ver
a la que murià³ de amor.