Homagno audaz, de tanto haber vivido
Con el alma, que quema, se morà­a.-
Por las cà³ncavas sienes las canosas
Lasas guedejas le colgaban: hinca
Las silenciosas manos en los secos.
Muslos: los labios, como ofensa augusta
Al negro pueblo universal, horrible
Pueblo infeliz y hediondo de los Midas,
Junta como quien niega: y en los claros
Ojos de ansia y amor, que la vislumbre
De la muerte feliz, arroba, brilla
Como en selva nocturna hoguera blanca
La mirada caudal de un Dios que muere
Remordido de hormigas:
Suplicante

A sus llagados pies Jà³veno hermoso
Tiéndese y llora; y en los negros ojos
Desolacià³n patética le brilla:
No, no Homagno, ¡negras ropas visten
Las mujeres de estos tiempos! -en que-
Como hojas verdes en invierno, lucen:
Oh las mujeres, oh las necias, trajes
De rosas sin olor: -jubà³n rosado,
Con trajes anchos de perlada seda:-
En los [...............] el galano
Talle le cià±en: -oh dime, dime Homagno,
De este palacio de que sales; dime
Qué secreto conjuro la uva rompe
De las sabrosas mieles: di qué llave
Abre las puertas del placer profundo
Que fortalece y embalsama: dilo,
Oh noble Homagno, a Jà³veno extranjero:-

La sublime piedad abrià³ los labios
Del moribundo noble musitando:
La llave quieres, Jà³veno, del mundo?
La llave de la fuerza, la del goce
Sereno y penetrante, la del hondo
Valor que a mundos y a villas,
Cual gigante amazona desafà­a;
La del escudo impenetrable, escudo
Contra la tentadora humana Infamia!
Yo ni de dioses ni de filtro tengo
Fuerzas maravillosas: he vivido,
Y la divinidad està¡ en la vida!:
¡Mira si no la frente de los viejos!

Estréchame la mano: no, no esperes
A que yo te la tienda: ¡yo sabia
Antes tenderla, de mi hermoso modo
Que envolvà­a en sombra de amor el Universo!
Hoy, ya no puedo alzarla de la piedra
Donde me asiento: aunque el corazà³n
Plumas nuevas se viste y tiende el ala:
¡No acaba el alma humana en este mundo!
Ya, cual bucles de piedra, en mi mondado
Crà¡neo cuelgan mis àºltimos cabellos;
Pero debajo no! debajo vibra
Todo el fuego magnà­fico y sonoro
Que mantiene la tierra!
Ven y toma
Esta mano que ha visto mucha pena!
Dicen que asà­ verà¡s lo que yo he visto.
¡Aprieta bien, aprieta bien mi mano!
Es bueno ir de la mano de los jà³venes!:
¡Asà­, de sombra a luz, crece la vida!
¡Déjame divagar: la mente vaga
Como las nubes, madres de la tierra!

Mozo, ven, pues: ase mi mano y mira:
Aquà­ està¡n, a tus ojos, en hilera,
Frà­as y dormidas como estatuas, todas
Las que de amor el pecho te han movido:
¡Las llaves falsas, Jà³veno, del cielo!
Una no mà¡s sencillamente lo abre
Como nuestro dominio: pero nota
Cà²mo estas barbas a la tierra llegan
Blancas y ensangrentadas, y aàºn no topo
Con la que me pudiera abrir el cielo.
En cambio, mira a mi redor: la tierra
Està¡ amasada con las llaves rotas
Con que he probado a abrirlo: -y que éste es todo

El mundo dicen los bellacos luego!
¡Viene después un cierto olor de rosa,
Un trono en una nube, un vuelo vago,
Y un aire y una sangre hecha de besos!
¡Pompa de claridad la muerte miro!:
¡Palpa cuà¡l, de pensarla, està¡n calientes,
Finos, como si fuesen a una boda,
àgiles como alas, y sedosos,
Como la mocedad después del baà±o,
Estos bucles de piedra! Gruà±es, gruà±es
De estas cosas de viejo...
Ahà­ està¡n todas
las mujeres que amaste; llaves falsas
Con que en vano echa el hombre a abrir el cielo.
Por la magia sutil de mi experiencia
Las miro como son: cà¡scaras todas,
Esta de nà¡car, cual la Aurora brinda,
Humo como la Aurora; ésta de bronce;
Marfil ésta; ésa ébano; y aquella
De esos diestros barrillos italianos
De diversos colores... ¡cuenta! Es fijo...
¿Cuà¡ntos aà±os cumpliste? Treinta? Es fijo
Que has amado, y es poco, a mà¡s de ciento:
¡Se hacen muy fà¡cilmente, y duran poco,
Las estatuas de cieno! Gruà±es, gruà±es
De estas cosas de viejo...
A ver qué tienen
Las cà¡scaras por dentro! ¡Abajo, abajo
Esa hermosa de nà¡car! ¡qué riqueza
Viene al suelo de espalda y hombros finos!
¡Parece una onda de à³palo cuajada!
¡Sube un aroma que perfuma el viento,-
Que me enciende la carne, que me anubla
El juicio, a tanta costa trabajado!:
Pero vuélvela a diestra y a siniestra,
A la luna y el sol: no hay nada adentro!

Y en la de bronce ¿qué hallas? ¡con que modo
Loco y ardiente buscas!: aàºn humea
Esa de bronce en restos: ¿qué has hallado
Que con espanto tal la echas en tierra?:
¡Ah, lo que corre el duende negro: un cerdo!

Y ésa? ¡una uà±a! Y ¿ésa? ¡ay! una piedra
Mà¡s dura que mis bucles: la mà¡s terrible
Es esa de la piedra! Y ¿esta moza
Toda de colorines? saca! saca!
¡Esta por corazà³n tiene un vasillo
Hueco, forrado en là¡minas de modas!
Esa? nada! Esa? nada! Esa? Una doble
Dentadura, y manchado cada diente
De una sangre distinta: ¡mata, mata!
¡Mata con el talà³n a esa culebra!
Y ésa? Una hamaca! Y ¿ésa, pues, la àºltima,
La postrer de las cien, qué le has hallado
Que le besas los pies, que la rehaces
De prisa con tus manos, que la cubres
Con sus mismos cabellos, que la amparas
Con tu cuerpo, que te echas de rodillas?
¿Qué tienes? ¿qué levantas en las manos
Lentamente como una ofrenda al cielo?
¿Entraà±as de mujer? No en vano el cielo
Con una luz tan suave se ilumina,
¡Eso es arpa: eso es sol: [.........]!
¿De cien mujeres, una con entraà±as?
¡Abrà¡zala! arrebà¡tala! con ella
Vive, que serà¡s rey, doquier que vivas:

Cruza los bosques, que los lobos mismos
Su presa te darà¡n, y acatamiento:
Cruza los mares, y las olas lomo
Blando te prestarà¡n; los hombres cruza
Que no te morderà¡n, aunque te juro
Que lo que ven lo muerden, y si es bello
Lo muerden mà¡s; y dondequier que muerden
Lo despedazan todo y envenenan.
Ya no eres hombre, Jà³veno, si hallaste
Una mujer amante! o no:- ya lo eres!