Es la hora en que los muertos se levantan
mientras que duerme el mundo de los vivos,
en que el alma abandona el frà¡gil cuerpo
y sueà±a con lo santo y lo infinito.

Vierte la luna plateados rayos
que reflejan las ondas en el rà­o
y que iluminan, con sus tintes vagos
los medrosos despojos de un Castillo.
Todo es silencio allà­, do en otro tiempo
hubo bullicio y locas alegrà­as...
¡Pero mirad! son vaporosas sombras
las que en la oscura selva se deslizan.
¡Ah! no temà¡is no son aterradores
fantasmas de otros tiempos -son ondinas;
mirad cà³mo se abrazan y confunden
cà³mo raudas por el aire giran,
apenas tocan con el pie ligero
del prado la mullida superficie.
Ya se avanzan... girando en la espesura
o se sumergen en las ondas là­mpidas;
y al compà¡s de una màºsica que suena
como el lejano acorde una lira
elévanse, empujadas por el leve
viento que sus cabellos acaricia...
Pero callad... alumbra el horizonte
con sus primeros tintes nuevo dà­a,
y las sombras se pierden al borrarse
del bosque entre las hàºmedas neblinas.