Voluntario de Espaà±a, miliciano
de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazà³n,
cuando marcha a matar con su agonà­a
mundial, no sé verdaderamente
qué hacer, dà³nde ponerme; corro, escribo, aplaudo,
lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo
a mi pecho que acabe, al que bien, que venga,
y quiero desgraciarme;
descàºbrome la frente impersonal hasta tocar
el vaso de la sangre, me detengo,
detienen mi tamaà±o esas famosas caà­das de arquitecto
con las que se honra el animal que me honra;
refluyen mis instintos a sus sogas,
humea ante mi tumba la alegrà­a
y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada, déjame,
desde mi piedra en blanco, déjame,
solo,
cuadrumano, mà¡s acà¡, mucho mà¡s lejos,
al no caber entre mis manos tu largo rato extà¡tico,
quiebro con tu rapidez de doble filo
mi pequeà±ez en traje de grandeza!

Un dà­a diurno, claro, atento, fértil
¡oh bienio, el de los là³bregos semestres suplicantes,
por el que iba la pà³lvora mordiéndose los codos!
¡oh dura pena y mà¡s duros pedernales!
!oh frenos los tascados por el pueblo!
Un dà­a prendià³ el pueblo su fà³sforo cautivo, orà³ de cà³lera
y soberanamente pleno, circular,
cerrà³ su natalicio con manos electivas;
arrastraban candado ya los déspotas
y en el candado, sus bacterias muertas...

¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas
de dolores con rejas de esperanzas,
de dolores de pueblos con esperanzas de hombres!
¡Muerte y pasià³n de paz, las populares!

¡Muerte y pasià³n guerreras entre olivos, entendà¡mosnos!
Tal en tu aliento cambian de agujas atmosféricas los vientos
y de llave las tumbas en tu pecho,
tu frontal elevà¡ndose a primera potencia de martirio.

El mundo exclama: '¡Cosas de espaà±oles!' Y es verdad.
Consideremos,
durante una balanza, a quema ropa,
a Calderon, dormido sobre la cola de un anfibio muerto
o a Cervantes, diciendo: 'Mi reino es de este mundo, pero
también del otro': ¡punta y filo en dos papeles!
Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo,
a Coll, el paladà­n en cuyo asalto cartesiano
tuvo un sudor de nube el paso llano
o a Quevedo, ese abuelo instantà¡neo de los dinamiteros
o a Cajal, devorado por su pequeà±o infinito, o todavà­a
a Teresa, mujer que muere porque no muere
o a Lina Odena, en pugna en mà¡s de un punto con Teresa...
(Todo acto o voz genial viene del pueblo
y va hacia él, de frente o transmitidos
por incesantes briznas, por el humo rosado
de amargas contraseà±as sin fortuna)
Asà­ tu criatura, miliciano, asà­ tu exangà¼e criatura,
agitada por una piedra inmà³vil,
se sacrifica, apà¡rtase,
decae para arriba y por su llama incombustible sube,
sube hasta los débiles,
distribuyendo espaà±as a los toros,
toros a las palomas...

Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonà­a
acabarà¡ tu grandeza, tu miseria, tu vorà¡gine impelente,
tu violencia metà³dica, tu caos teà³rico y prà¡ctico, tu gana
dantesca, espaà±olà­sima, de amar, aunque sea a traicià³n,
a tu enemigo!

¡Liberador ceà±ido de grilletes,
sin cuyo esfuerzo hasta hoy continuarà­a sin asas la extensià³n,
vagarà­an acéfalos los clavos,
antiguo, lento, colorado, el dà­a,
nuestros amados cascos, insepultos!
¡Campesino caà­do con tu verde follaje por el hombre,
con la inflexià³n social de tu meà±ique,
con tu buey que se queda, con tu fà­sica,
también con tu palabra atada a un palo
y tu cielo arrendado
y con la arcilla inserta en tu cansancio
y la que estaba en tu uà±a, caminando!
¡Constructores
agrà­colas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros harà­ais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;
que, a la caà­da cruel de vuestras bocas,
vendrà¡ en siete bandejas la abundancia, todo
en el mundo serà¡ de oro sàºbito
y el oro,
fabulosos mendigos de vuestra propia secrecià³n de sangre,
y el oro mismo serà¡ entonces de oro!

¡Se amarà¡n todos los hombres
y comerà¡n tomados de las puntas de vuestros paà±uelos tristes
y beberan en nombre
de vuestras gargantas infaustas!
Descansarà¡n andando al pie de esta carrera,
sollozarà¡n pensando en vuestras à³rbitas, venturosos
serà¡n y al son
de vuestro atroz retorno, florecido, innato,
ajustarà¡n maà±ana sus quehaceres, sus figuras soà±adas y cantadas!

¡Unos mismos zapatos irà¡n bien al que asciende
sin và­as a su cuerpo
y al que baja hasta la forma de su alma!
¡Entrelazà¡ndose hablarà¡n los mudos, los tullidos andarà¡n!
¡Verà¡n, ya de regreso, los ciegos
y palpitando escucharà¡n los sordos!
¡Sabrà¡n los ignorantes, ignorarà¡n los sabios!
¡Serà¡n dados los besos que no pudisteis dar!
¡Sà³lo la muerte morirà¡! ¡La hormiga
traerà¡ pedacitos de pan al elefante encadenado
a su brutal delicadeza; volverà¡n
los nià±os abortados a nacer perfectos, espaciales
y trabajarà¡n todos los hombres,
engendrarà¡n todos los hombres,
comprenderà¡n todos los hombres!

¡Obrero, salvador, redentor nuestro,
perdà³nanos, hermano, nuestras deudas!
Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:
qué jamà¡s tan efà­mero, tu espalda!
qué siempre tan cambiante, tu perfil!

¡Voluntario italiano, entre cuyos animales de batalla
un leà³n abisinio va cojeando!
¡Voluntario soviético, marchando a la cabeza de tu pecho universal!
¡Voluntarios del sur, del norte, del oriente
y tàº, el occidental, cerrando el canto fàºnebre del alba!
¡Soldado conocido, cuyo nombre
desfila en el sonido de un abrazo!
¡Combatiente que la tierra criara, armà¡ndote
de polvo,
calzà¡ndote de imanes positivos,
vigentes tus creencias personales,
distinto de carà¡cter, à­ntima tu férula,
el cutis inmediato,
andà¡ndote tu idioma por los hombros
y el alma coronada de guijarros!
¡Voluntario fajado de tu zona frà­a,
templada o tà³rrida,
héroes a la redonda,
và­ctima en columna de vencedores:
en Espaà±a, en Madrid, està¡n llamando
a matar, voluntarios de la vida!

¡Porque en Espaà±a matan, otros matan
al nià±o, a su juguete que se pà¡ra,
a la madre Rosenda esplendorosa,
al viejo Adà¡n que hablaba en alta voz con su caballo
y al perro que dormà­a en la escalera.
Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,
a su indefensa pà¡gina primera!
Matan el caso exacto de la estatua,
al sabio, a su bastà³n, a su colega,
al barbero de al lado -me cortà³ posiblemente,
pero buen hombre y, luego, infortunado;
al mendigo que ayer cantaba enfrente,
a la enfermera que hoy pasà³ llorando,
al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas...

¡Voluntarios,
por la vida, por los buenos, matad
a la muerte, matad a los malos!
¡Hacedlo por la libertad de todos,
del explotado, del explotador,
por la paz indolora -la sospecho
cuando duermo al pie de mi frente
y mà¡s cuando circulo dando voces-
y hacedlo, voy diciendo,
por el analfabeto a quien escribo,
por el genio descalzo y su cordero,
por los camaradas caà­dos,
sus cenizas abrazadas al cadà¡ver de un camino!

Para que vosotros,
voluntarios de Espaà±a y del mundo, vinierais,
soà±é que era yo bueno, y era para ver
vuestra sangre, voluntarios...
De esto hace mucho pecho, muchas ansias,
muchos camellos en edad de orar.
Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo,
os siguen con carià±o los reptiles de pestaà±a inmanente
y, a dos pasos, a uno,
la direccià³n del agua que corre a ver su là­mite antes que arda.